Esos últimos días fueron especiales. Aunque
pensándolo bien, todos lo son; él consigue que lo sean. Con naturalidad, la
misma naturalidad que le caracteriza, y esa improvisación que tanto me gusta de
él. Pero aquellos días fueron realmente únicos. Hacía bastante que no nos
dedicábamos tiempo, y todas esas mañanas en las que me venía a visitar se
convirtieron en una bonita rutina. Llamaba a mi puerta cada día, temprano. Le contemplaba mientras dormía, sonreía cuando le acariciaba. Y desayunábamos juntos, sin prisas ni inquietudes; todas las preocupaciones
salían por la puerta en cuanto él entraba por ella. Y pienso que hay rutinas que quizá no deban acabar. Una dulce monotonía que resulta diferente cada vez.
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